martes, 5 de noviembre de 2013

Diez años.

En la secundaria leímos “El viaje del niño Goyito”, creo desde ahí anhelé poder hacer un viaje así de trascendente, uno que marcara un antes y un después en la vida; bueno, un día como estos de noviembre pero hace 10  años es que lo hice y de hecho que fue todo lo que esperaba… ¡y más!

La primera persona en saber que iría a trabajar a la Capital fue mi Madre, la secuencia fue más o menos así: sorpresa, risas y finalmente lágrimas, ella sabía que ese viaje no sería como tantos otros que había hecho; recordando esto  viene a la mente ese vals que dice “… y mientras que mi madre muy triste y sollozando decíame: hijo mío llévate mi bendición…”

A muchas personas les agradezco el haber podido hacer ese viaje, pero a ella, a mi madre, se lo debo, a su inmenso amor, sus cuidados, su fe en que si nos daba estudio nos estaba dando una mejor vida y bueno a que, prácticamente de las patillas, me llevó a estudiar a la pre allá por el año 1994.

Casi un año esperando que se concrete esta posibilidad, meses antes, en agosto, había sido entrevistado por el n.° 1 del SIAF y la cosa había salido bien, me dijo que en una semana me llamarían, la semana se había extendido hasta este octubre, no importaba, ahora ya era una realidad, claro con la ayuda de muchas buenas personas que colaboraron conmigo, espero mencionar a todas ellas al final de esta entrada; fue, también, creo yo, cuestión de haber estado en el momento y lugar oportuno y como no, el haber tratado de hacer las cosas bien.

No obstante, la cosa aún estaba un poco difícil. Para esta fecha, hace 10 años, estaba en franca banca rota y frito con las deudas; la única forma de salir de todo eso era buscar financiamiento para mi mudanza, lo cual no era mucho, pues solo debía adquirir mi pasaje de ida, una maleta, y si la buena fortuna lo permitía contar con una bolsa de viaje, esto requería de algunos cientos de soles, soles que no sabía de dónde sacar.

Mis líneas de crédito (de esas al 20% mensual) estaban al límite.  Como última carta  recurrí, con no poca vergüenza, a la colega (hoy, gran amiga) Fredesvinda Aleman, Contadora General de la ilustre Municipalidad de Corrales, a quien había visto en un par de oportunidades pero a quien, esta vez, acudía en plan de cobranza; así le expuse que la Municipalidad me debía el último mes que ahí trabajé. Fue ella quien desinteresadamente colaboró con este indigente, al gestionar que se cumpliera al menos con el 50% de la deuda; mi estimada Fredesvinda sabe que me ayudó, lo que no sabe es cuánto. Hoy, 10 años después, le digo: Gracias.

Solucionado el asunto del pasaje, comprada la maleta y con la promesa de que la estadía sería cubierta por el empleador, cuando menos mientras dure el curso de inducción, este “locas ilusiones” cruzó la puerta del bus, entre alegre y nostálgico, alzando las manos para despedir por la ventanilla a mi madre. Ella, nuevamente ella, cuidándome.

Mi estimado José Panta viajaba también, nuestro destino era el mismo. Si mi historia les parece simpática, la historia de José es de novela, gran admiración por mi cumpa. Ambos nos dirigíamos al futuro. La vida no pudo haberme dado mejor compañero en aquel viaje. 

Curioso mi caso, salí ilusionado por trabajar en el SIAF y en menos de dos meses después ya estaba en otro trabajo, de locos, pero ese par de meses en el cuarto piso del MEF fueron algo que aún extraño, digno de ser recordado como uno de los pocos lujos “laborales” que he tenido.

Entraba a trabajar pasadas las 8 y media, previo sanguchito donde la “tía veneno”, y salía muchas veces pasadas la media noche, mi estimado José Panta y yo éramos, en buena cuenta, los pilotos de prueba de las nuevas versiones que salían del SIAF para Municipalidades, éramos (y así decía nuestro contrato) “Control de Calidad”, nunca hice algo que me gustara tanto y encima me pagaban por hacerlo.

Leí por ahí que la vida es un lienzo al cual se le da el último brochazo el día que nos meten a un cajón; todos y cada uno de los trazos, formas, colores, etc. sobre este lienzo, son nuestras acciones, decisiones, etc. Creo que es la mejor analogía sobre la vida, mejor que esa de que la vida es un camino, porque no se trata de avanzar solamente, se trata de hacer algo que tenga forma y, sobre todo, fondo.

No sé si algún día regrese a mi pueblo a vivir, me gustaría. Por lo pronto, regreso muchas veces en sueños, por ahí lo escribí alguna vez, mis recuerdos vuelan para allá cada vez que se pueden escapar, algunas veces que voy en bus de noche y veo luces a lo lejos, ya parece que se trata de las “piedras blancas” dándome la bienvenida a mi Corrales.   

Agradecimientos:

El haber estado en condiciones de ser propuesto para el SIAF es algo en lo cual participó mucha gente, desde mis profesores y amigos de la U hasta mis primeros jefes y compañeros de trabajo, todos aquellos de quienes aprendí algo que en su momento me fuera útil.

Hablé de la Pre, pues ahí fue donde conocí a un ángel que me ayudó, de una forma que tal vez nunca lo supo porque nunca se lo dije, yo mismo recién puedo verlo ahora, a ti CRVG… ¡muchas gracias!

De las aulas universitarias, cómo no mencionar a mi partner Cosden Oballe, socio en la conquista de créditos universitarios, juntos, codo a codo, dimos cuenta de los cursos desde el tercer ciclo hasta el noveno, no hizo falta llegar al décimo pues nos graduamos con la promoción que nos antecedía y no paramos hasta sacar el título, tesis incluida, en el año 2000. Cosden, por permitirme caminar contigo, gracias.

A mi gente de la Oficina de Contabilidad de la Universidad Nacional de Tumbes, Ronal Acosta, Edwin Ubillus, Don Víctor Risco y especialmente Teresa Luna, mi madrina de cariño. Lucy Estela me recomendó, Edwin me avaló, Ronald me propuso y Don  Víctor, el Jefe, me aceptó (a pesar de estar solamente en el quinto ciclo), pero quien me formó en el trabajo fue Teresita, mi primera jefa. Gracias Techita.

La Oficina de Contabilidad del CTAR Tumbes (ahora Gobierno Regional), increíble experiencia, fueron casi 4 años ahí, el dream team,  Walter Apaza, José Panta, Maripi Ricardi Henckell y el Jefe Jorge Sipion; cómo no, la señora Carolina Villena y el maestro Augusto Burneo a todos ellos, mi eterno agradecimiento.

Margarita Obando es a quien debo agradecer enormemente la posibilidad de haber formado parte del proyecto SIAF y estoy seguro que lo mismo dirán todos los tumbesinos (no han sido pocos) que pudieron entrar, muchos de los cuales aún siguen por ahí. Particularmente, por esas casualidades de la vida, una de mis obligaciones era registrar, a mano, unas –bastante tediosas- fichas que, según supe luego, servían para catalogar los casos tipos que serían incorporados a la programación del SIAF.

Era el año 1997 en la Oficina de Contabilidad de la UNT, y Margarita, que por aquellos años era la responsable de la implementación del SIAF residente en Tumbes, tenía la enorme tarea de hacer que esto funcione, yo, felizmente, estaba en el medio de todos estos cambios. Aquel año enviaron un software en foxpro, suerte la mía haber sido encargado del registro.

Para cuando pasé al CTAR (año '98) volví a encontrarla. En el ’99 el SIAF entró en vigencia, con un software en visual fox, fue todo un shock en la gestión tradicional de los recursos del estado y sobretodo en la Contabilidad, felizmente que estuvimos preparados. Sin  lugar a duda estuve en el lugar y el momento oportuno. CTAR Tumbes implementó el sistema y logró cerrar Estados Financieros en el SIAF desde aquel histórico año ’99.

Aún recuerdo el rostro de susto de Margarita cuando me dijo: “¡Te va a entrevistar el mismo Sr. Barletti!”, como ya lo dije, el número uno del SIAF se tomó la molestia de entrevistarme para el trabajo. Margarita, gracias.

Ya mencioné a Walter, tengo que volver a hacerlo, él fue el primero en entrar al SIAF, su excelente trabajo fue nuestra mejor carta de presentación, gracias a él, como pionero, se abrieron las puertas a muchos otros, ahí le seguimos: Reddy Castillo, Alberto Herrera, Marco de Lama, José Panta y quien escribe estas líneas, sé que con los años fueron más de 15, estoy seguro que para todos nosotros Walter Apaza es una verdadera leyenda.  


Y con broche de oro, mi estimado Luchito Muñoz, le bastó un viaje a Tumbes para apreciar lo bueno de nuestra tierra, sé que colaboró con nuestra causa y con quien esto escribe, honrado de ser tu amigo estimado Luchito, mil gracias. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

En donde uno menos se lo espera.


Corría la segunda mitad del año 2003, este fue el año más turbulento en mi aún novel carrera de Contador Público; a pesar de comenzarlo bien, pues había sido designado como flamante Contador General de la Municipalidad del pujante distrito de Aguas Verdes, ahora las cosas no tenían tan buen talante.

Así pues, luego de seis meses me vi en la imperiosa necesidad de renunciar; entre los intereses de los que manejaban la institución y lo que es legal, había un tremendo abismo que se abría. Ya mi querido amigo José Panta había dado el primer indicador renunciando un mes antes.

La esperanza laboral que tenía, entrar al ansiado proyecto SIAF, no se concretaría hasta casi a fines de ese año, por lo tanto la segunda mitad de aquel 2003 tuve que tocar puertas, las cuales ¡oh! sorpresa, nunca se abrieron.

Percy Salazar Luna, correctísimo amigo, antiguo compañero de trabajo en el CTAR y en aquel momento Gerente de Administración de la Dirección de Educación Tumbes (DRET) fue quien me socorrió ofreciéndome trabajo, tal vez  sin saber del delicado momento en que me encontraba. Acepté de inmediato.

El trato era hacer la contabilidad de la DRET por las tardes, era lo que más me gustaba. ¿Por qué sólo en las tardes?, bueno, eran varias las razones de este part-time, lo que más lamentaba era el sueldo reducido a casi la tercera parte de lo que solía ganar mensualmente, pero al mal tiempo buena cara.

Le tomé el gusto a trabajar solo en la oficina de contabilidad de aquella mole de concreto que es la DRET, lo primero que hacía era “navegar” en internet, el comillado es puro sarcasmo porque el internet lo cortaban así que sólo podía visualizar las páginas que previamente alguien había visto.

La contabilidad era (¿?) lo mío, definitivamente, por eso los cierres contables con sus Balances y demás yerbas me fascinaban, me recreaba con ellos, olvidándome hasta de la hora,  por eso muchas veces salí de allí bien entrada la noche y fue por eso me pasó lo que les vengo a contar.



Era tarde, pasaban las 11 de la noche, consideraba que había avanzado lo suficiente por aquel día, apagué la PC y salí del pequeño modulo que es (o era) la oficina de contabilidad, bajé al primer piso y ya en portería, donde no había nadie, me senté a esperar hasta que el vigilante, muy vigilante el, logrará llegar y me abriera la portezuela que estaba con candado.

Lo habitual era espera uno o dos minutos, tal vez tres o hasta cinco, pero ya hacía más de diez que me encontraba ahí, a ratos sentado y a ratos parado mirando las musarañas, tocando el portón, de cuando en vez pegando un grito con mi mejor voz masculina: “¡¡¡Vigilante!!!”, pero de éste no había nada.

Los golpes al portón pasaron a ser iracundos puñetes y pese al estruendo producido nadie aparecía, pensé que se podía hacer más bulla y asesté un certero puntapié al latón y aún otro más para que no se diga que no se escuchó, pero nada del más sordo de los vigilantes.

Al la segunda patada el portón, del cual dependía la portezuela por donde se salía, se entreabrió, sólo lo detenía un fierro cruzado así que lo quité y voilà se abrió generosamente, di un paso y ya me encontraba en el Paseo Libertadores, que aunque solitario se me antojó inspirador porque en honor a su nombre yo era un hombre libre.

Pero no, no podía dejar la puerta abierta. El diablito en mi hombro izquierdo dijo que sí, que me fuera y si quedaba abierta la puerta es culpa del vigilante que no está donde debía estar y también sería su culpa si llegan los “tirapiedras” y se levantan en peso la DRET, el angelito en el otro hombro apareció y discusión terminada. Entré y cerré el portón. Bye! Bye! libertad.

Después de matar otra docenas más de zancudos decidí emprender la búsqueda del muy jijuna y oficina por oficina iba golpeando puertas, bramando (con cada vez más cólera) y entrando donde se podía, no es que sea melodramático pero ya me parecía que detrás de alguna puerta iba a encontrar ahorcado al pobre vigilante, cosas locas de mi mente.

Al finalizar la segunda planta se llegaba a una especie de balcón que daba a la calle, desde ahí el suelo estaba a sólo un brinco, seguro que si hacía acopio de mi mejor estado físico resistiría la caída ¡Si tan solo fuera Spiderman!, pero es que el problema no sería nada más la caída, había que sortear una retahíla de puntas de fierros que protegían el balcón, no me lancé pero no descarté la posibilidad.

Terminado de revisar también el tercer piso y sin ninguna señal del Guachi me estaba quedando sin opciones, ya pasaba la media noche y la cólera fue cediendo ante el cansancio y el sueño, al parecer me encontraba solo con mi soledad en todo ese edificio, volví al balcón a medir las probabilidades que tenía de escapar y no morir en el intento.


No, no me sentía tan confiado en hacerlo, esperar al vigilante parecía lo apropiado, si ha salido ya regresará, faltaban 5 horas para que el nuevo día empiece así que me senté en la silla del vigilante e intenté dormir. Los zancudos se alegraron pues les había servido la cena.

Y ya sin ánimos de matar uno más de estos omnipresentes bichos dirigí mis tristes pasos a la oficina de contabilidad donde –con ayuda de la divina providencia- podría pegar un poco los ojos, era cuestión de cerrar la ventana y acomodarse en el mediano sillón giratorio…  ¡Morfeo ahí voy!... pero no había ventana qué cerrar. Adiós al sueño.

Volví a sopesar la idea de saltar, pero estaba tan abatido que la deseché, el patear la puerta también carecía de sentido, que noche para infernal aquella, estando a un paso de la locura reparo en los carros y camionetas estacionados en el patio ¿habrá la posibilidad de esperar al vigilante o a la mañana recostado en uno de éstos?

Con la esperanza de poder recostar mis huesos en el primer carro con la puerta sin llave me dispuse a probar puerta por puerta alguna que se abriera, fue la quinta puerta (o sea el segundo carro) la que se abrió con un sonido mágico para mis oídos.

La alegría duro lo que demoré en abrir la puerta completamente y poder fijar la vista en el asiento del vehículo porque me pegué el susto del año al ver que ahí yacía un cuerpo, era el desaparecido vigilante que dormía plácidamente, cual Blanca Nieves después de morder la manzana.

Pegue tremenda resondrada que arrancó del sueño al bello durmiente y se levantó tan atontado que no sabía qué estaba pasando, le increpé todo lo que había padecido hasta ese momento mientras él caminaba a la puerta aún aturdido, abrió la puerta y por fin pude ir a mi casa.

Colofón:
Un día del mes de agosto, “navegando” en las páginas que alguien había visto temprano en la PC de la oficina de contabilidad de la DRET, encontré una convocatoria para la Contraloría General de la República (CGR) y descargué el formato de inscripción. Quien diría que gracias a esta convocatoria que encontré en este trabajo ahora tengo casi 10 años en la CGR, dicho está que en donde uno menos se lo espera le ocurren cosas realmente asombrosas.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

El Corrales de mi niñez.

Mis recuerdos de la niñez son fugaces, efímeros, son chispazos, pero de bienestar, son tan rápidos que casi ni los percibo como tales, sólo disfruto el instante y comienzo un interminable divagar sobre el recuerdo ido y trato de extenderlo y, con esto, extender el sentido de bienestar que me trae.

Y este masticar de recuerdos posiblemente sea la causa de que mis noches se vean acompañadas de escenas, rostros, circunstancias tan sorprendentes como añejas: son mis sueños, es mi Corrales de la niñez.

Viejo Tamarido  en la plaza de armas de Corrales
(Gracias Patty Aris por la foto)

Ese lugar donde noche a noche vuelvo, camino por sus calles de tierra, corro por el parque y miro con ganas a aquel viejo tamarindo tan alto que difícilmente alguna de mis piedras logra desgajar fruto alguno, entro a la peluquería de “Meque”, anciano cascarrabias de voz rasposa, casi inentendible, que clavaba sus uñas afiladas en mi cráneo cada vez que movía la cabeza.




La Garita, barrio querido, donde estudié la primaria. Ahí me encuentro correteando, dando interminables vueltas en el mástil del patio, siempre sudoroso, la profesora Falconery, con una infinita bondad, me dice que tenga cuidado, que más despacio. Pero tener cuidado e ir despacio es algo imposible para un niño de 8 años, la aventura está en todos lados, el único límite lo ponían los matorrales que estaban detrás del colegio ¿será cierto que ahí vivían los rateros como nos dice el profesor “Pikin”?

También vuelvo a comprar alguna medicina donde “López” la única farmacia del pueblo, ruego que no sea una inyección porque si no tendremos que ir a ver a “Mesones” el enfermero, hombre risueño y de voz agradable, lo que si asusta es esa inmensa hipodérmica que tan hábilmente maneja, siempre se le encuentra en la posta, ese lugar donde me da frio entrar, prefiero ir a ver trompos al frente donde “Yacila” (La posta quedaba donde ahora es la biblioteca), sólo que ese señor parece siempre molesto, su voz de verdad da miedo.

Totalmente distinto de “Alburqueque”, quien siempre está sonriente y su tienda sí que es una verdadera caja de pandora, encuentras de todo, desde las láminas para el colegio hasta agujas para coser la ropa y también las figuritas para cualquier álbum. Llama la atención el agradable olor que viene del local del frente, es el “Percal” y sus ricos postres.

Sin embargo no todas las comprar son mágicas, por ejemplo comprar Querosene es todo un suplicio, hacer largas colas donde “Pasos” o comprar carne donde “Tito Henckell”, gente agolpándose en su puesto del mercado prácticamente suplicándole que le vendiera medio kilito de carne a lo que él respondía con una voz displicente: “Sale con hueso”.

Pero lo más difícil era comprar leche donde “El Borracho”, todos esperan que el camión descargue para comprar un tarrito, él mismo cobraba, con su prominente abdomen descubierto y respirar ruidoso, calculadora en mano sumaba, muy despacio; yo ya sabía cuánto tenía que darme de vuelto.

Todo un capítulo aparte merecen “Los loquitos del pueblo” (con mucho respeto, desde luego), lejos de ser personas por las cuales haya que hacerse a un lado, los loquitos de mi corrales eran personas entrañables, claro que podían tener sus días malos como “La Tomasita” a quien había que darle agua de azahares para que se tranquilice y continúe con su interminable búsqueda de Dios sabe qué.

Al igual que el “Zambo Manrique” con sus largas caminatas por el pueblo siempre con su bastón en busca de alguna chica de pelo largo, se dice que era un aviador de la guerra del 41, lo cierto es que raramente se ponía de mal humor, bastaba con decirle: “Zambo”, respetuosamente, claro.

“Pluma” era el más “amigable” quizá, siempre sonriente, será tal vez por las escasas ropas que solía ponerse, alguna vez lo vi agradeciendo efusivamente el vaso de cerveza que le invitaban, extendía su mano señalando con su dedo índice al cielo y la bajaba despacio haciendo pequeños círculos, sólo en sus fueros internos sabrá él qué significaba aquello.

Ni qué decir de “Los borrachines del pueblo”, creo que esa ya es para otra oportunidad.